Hay jinetes de luz en la hora oscura
Juan Pablo Maldonado | 30 de agosto de 2017
La revolución industrial, al concentrar a los trabajadores en fábricas, cambió la fisonomía de las ciudades. El fenómeno vuelve a repetirse, al socaire de la revolución tecnológica. Microsoft, Google, Facebook, Twitter; todas ellas se trasladaron al extrarradio y concentraron a los trabajadores en mega-instalaciones concebidas como nuevos lugares de trabajo asociados a la idea de innovación. En España, el modelo es reproducido en la Ciudad Financiera del Santander, que se expande en sentido horizontal, pero que luego han seguido también el BBVA, con La Vela, que lo hace en sentido vertical, y el Popular. También las empresas de telefonía Telefónica y Vodafone han reproducido el modelo.
Seguramente, todo ello no hubiera sido posible sin la reforma laboral de 1994, que flexibilizó el lugar de trabajo, al permitir que el empresario lo modificase unilateralmente, siempre que ello no exigiese el cambio de residencia del trabajador. Desde entonces, no pocas empresas, cuyas instalaciones andaban desperdigadas, se han instalado a las afueras de las grandes ciudades, concentrando en un mismo lugar a cientos y miles de trabajadores. Las empresas están en su derecho de hacerlo, y lo hacen. Concentran a los trabajadores en nuevas instalaciones, adaptadas a las necesidades de la organización y levantadas en suelo más barato, al tiempo que venden o arriendan las antiguas, en lugares más céntricos. Sobre todo, se abaratan costes y la organización del trabajo resulta más eficaz. También remozan la imagen de la empresa y se convierten en sinónimo de innovación e integración medioambiental: ahorro de energía eléctrica con células fotovoltaicas, reducción del consumo de agua, aprovechamiento de la luz solar, etc. En no pocas ocasiones, la reubicación de los trabajadores en su nuevo “espacio de trabajo” viene acompañada de nuevas directrices sobre la vestimenta apropiada para el trabajador, que debe ser desenfadada. Esto no es nuevo en el sector tecnológico, donde la corbata delata al intruso, pero sí choca en sectores tan vetustos y tradicionales como la banca. Aunque los sastres están que bufan, los ejecutivos de banca visten con mayor comodidad. Por cierto: vestir de sport no resulta necesariamente más barato.
Al margen de la lógica distorsión que estas mudanzas acarrean a los trabajadores, existe un cierto debate sobre la bondad de las macro-sedes empresariales, especie de ciudades-empresa que parecen ciudades-estado con accesos similares a los viejos puestos fronterizos. Centros de trabajo con oferta variada de restaurantes, tiendas, supermercado, peluquería, farmacia y gestoría incluso, para que los trabajadores no pierdan ni un minuto en trámites propios de la vida cotidiana; con guardería o escuela infantil y espléndidas instalaciones deportivas. Desde esta perspectiva, resultan centros de trabajo sumamente atractivos. No solo están concebidos para trabajar, sino también para vivir.
Hay opiniones encontradas. Muchos ven en este modelo un cierto retorno al régimen del truck, institución de origen medieval que floreció temporalmente en las primeras fábricas. Consistía en pagar el salario en especie distinta al dinero, incluso en dinero emitido por el propio empresario o con vales admitidos únicamente en los establecimientos propiedad del empresario. Durante la revolución industrial, esta práctica arraigó en centros de trabajo aislados y remotos, en los que el trabajador y su familia disponían, además, de vivienda proporcionada por el empresario. En la práctica, el truck suponía una sujeción muy fuerte –semiforzosa- del trabajador y de su familia al establecimiento empresarial, motivo este por el que fue pronto prohibida.
Hay diferencias, claro que las hay. Nada tienen que ver esas viejas fábricas con las modernas ciudades empresariales. Pero el símil es inevitable. Dependerá de cómo se ordene el tiempo de trabajo para que la libertad personal del trabajador se pueda ver más o menos limitada. Así, si la interrupción de la jornada para almorzar es excesiva, obligará a permanecer en dichas instalaciones tal vez más de lo conveniente.
Por otro lado, la instalación de una empresa de este tipo debe ir de la mano del desarrollo de planes urbanísticos muy medidos. Cada vez que una nueva de estas ciudades empresariales abre sus puertas, suelen surgir problemas de tráfico, aparcamiento e insuficiencia del transporte público, que tardan años en solucionarse. Los ciudadanos –muy especialmente los vecinos- se preguntan cómo es posible la falta de previsión de la autoridad que aprobó el proyecto. Algunas de estas entidades establecen horarios flexibles de entrada y salida del trabajo. Lo que no queda muy claro es si lo perseguido con este margen de libertad que se concede al trabajador obedece al deseo hacer la vida más llevadera a los trabajadores, muy especialmente a los que tienen responsabilidades familiares, o si persigue más bien evitar embotellamientos a la entrada y a la salida del trabajo; tal vez, ambas cosas. En cualquier caso, sea bienvenido ese margen de libertad. No hay mal que por bien no venga.
Decisiones como la subida del salario mínimo interprofesional o el fin del diésel han provocado un incremento de costes laborales, superior al 20%, que acaban pagando los más débiles.