Hay jinetes de luz en la hora oscura
Ricardo J. Palomo | 06 de marzo de 2017
Empecemos estas líneas dando por sentado que la moneda es un elemento constitutivo de la propia concepción económica del mundo. La moneda aporta, desde sus orígenes datados 700 años antes del nacimiento de Cristo, un sistema de valoración de los bienes y servicios equivalente a otras manifestaciones de la métrica de las distancias o del peso. Cuando la moneda es legalmente reconocida, se convierte en divisa de curso legal.
El dinero en su manifestación tangible en forma de billetes y monedas tiene sus días contados. Algunos países escandinavos prevén una pronta supresión de los pagos en metálico y la progresiva introducción de monedas digitales
Aunque nuestra percepción cotidiana tiende a identificar la moneda con su manifestación física en forma de billetes o de metal acuñado, lo cierto es que el grueso de las inversiones tiene un valor monetario que pocas veces percibimos de forma tangible o en metálico; al contrario, son valoraciones que se manifiestan en anotaciones contables que habitualmente visualizamos de forma electrónica en una pantalla. Es decir, realmente no existen supuestas “montañas” de monedas y billetes que se corresponderían con el valor de todos los activos; ni siquiera existe ya el equivalente en oro a su valor, como ocurría tiempo atrás (el llamado patrón oro).
Desde hace pocos años estamos empezando a convivir con monedas virtuales o digitales, es decir, básicamente inexistentes en formato tangible, lo cual no supone verdaderamente una disrupción por este concepto, dado que son tan virtuales como las antes referidas anotaciones contables electrónicas de las monedas tradicionales. La verdadera novedad es el hecho de que sean monedas sin curso legal y sin emisor conocido que, sin embargo, son aceptadas en muchas transacciones y apreciadas por un creciente porcentaje de la población.
Las criptomonedas o monedas virtuales irrumpen en el año 2009 con la aparición de la más popular de todas ellas: Bitcoin. Este tipo de monedas se fundamenta en sistemas de criptografía, con códigos abiertos y operadas en redes P2P. El anonimato y seguridad de las transacciones se basa en que cada usuario tiene una cartera electrónica con una serie de claves criptográficas. Aunque hay una clave pública para obtener la dirección de Bitcoin (una secuencia aleatoria de 33 caracteres alfanuméricos), solo con una clave privada se puede autorizar un pago o transferencia al usuario designado. Así, cuando un usuario X transfiere a un usuario Y, el primero entrega la propiedad de la moneda agregando la clave pública del segundo y después firmando con su clave privada.
Desde el escepticismo inicial, con el recelo de las autoridades sobre su expansión y carencia de regulación, se ha pasado a un creciente interés por la tecnología que incorpora, hasta el punto de que son ya varios los bancos centrales que en diversos países de primer orden, así como los principales bancos privados de inversión, los que están analizando ya con interés y detenimiento la futura aplicación del sistema blockchain o de cadenas de bloques que utilizan estas monedas para revolucionar los sistemas de pagos y transacciones a nivel mundial; sin duda, una democratización financiera que incorpora muchas ventajas, pero también algunas incertidumbres.
Aunque nuestra percepción cotidiana tiende a identificar la moneda con su manifestación física en forma de billetes o de metal, lo cierto es que el grueso de las inversiones tiene un valor monetario que pocas veces percibimos de forma tangible
Entre las primeras, se encuentra el extraordinario abaratamiento de las transacciones financieras, la certeza en que lleguen al destinatario final y la posibilidad de llevar los servicios bancarios a las áreas menos desarrolladas del planeta, lo que sin duda contribuirá a una mayor eficiencia financiera y un más rápido despegue económico de las mismas.
También se considera ventajoso por parte de los usuarios que sea la primera moneda global e independiente de un Estado o gobierno, que su valor no dependa de un banco central, que no se pueda crear deuda con ella o que las transacciones sean en tiempo real e irreversibles. Tampoco se puede falsificar (no se puede crear un bitcoin falso), es transparente, pues todas las transacciones quedan grabadas, es más seguro que una transacción bancaria tradicional o con tarjeta de crédito y permite realizar micropagos que serían imposibles dados los costes de transacción en los que se incurriría con las herramientas tradicionales.
What to Do if Your #Bitcoin Transaction Gets "Stuck" https://t.co/xOAMMhhUZJ #blockchain pic.twitter.com/XsCeKY0D2w
— Bitcoin Magazine (@BitcoinMagazine) December 6, 2016
Ahora bien, bitcoin tiene una elevada volatilidad con fuertes oscilaciones en su precio desde su creación, lo que no escapa al interés de los especuladores; asimismo, su dimensión comparativa es aún ínfima en la casi inconmensurable economía financiera mundial, tampoco cuenta con un regulador y, particularmente, puede ser y lo es ya un canal atractivo para la realización de operaciones ilícitas o para la evasión fiscal.
Con todo, la vertiginosa digitalización de la economía y de la sociedad y, en particular, la fuerte disrupción que la tecnología está provocando en el sistema económico-financiero, creando incluso lo que se ha dado en llamar el “ecosistema Fintech” (fintech es la unión de las palabras finanzas y tecnología) van a favorecer el desarrollo y general aceptación de las monedas virtuales y de la tecnología blockchain que las fundamenta.
Sin duda alguna, el dinero en su manifestación tangible en forma de billetes y monedas tiene sus días muy contados. Actualmente, algunos de los países escandinavos han decidido ya una pronta supresión de los pagos en metálico y la progresiva introducción de monedas de base digital. ¿Qué y cómo será el dinero del futuro? Seguramente, más parecido a un código criptográfico que a un pedazo de metal.
Decisiones como la subida del salario mínimo interprofesional o el fin del diésel han provocado un incremento de costes laborales, superior al 20%, que acaban pagando los más débiles.