Hay jinetes de luz en la hora oscura
Juan Orellana | 03 de noviembre de 2017
The Crucifixion sigue la moda del cine de exorcismos, una moda que deja algunas cintas buenas y muchas malas. En este caso, tenemos una película muy irregular, con elementos interesantes, un acopio de tópicos y demasiada fantasía inverosímil. Quien solo busque miedo y sustos disfrutará con ella; quien desee un poco de rigor y credibilidad, se sentirá decepcionado.
El guion de Chad Hayes y Carey Hayes, guionistas de las dos entregas de Expediente Warren, se inspira en unos sucesos reales ocurridos en Rumanía, cerca de Bucarest, en 2004, cuando el sacerdote ortodoxo Daniel Corogeanu ingresó en prisión, en la que estuvo siete años, acusado de matar a la monja Irina Cornici mientras le practicaba un exorcismo. La Iglesia Ortodoxa Rumana suspendió a este sacerdote y lo mantuvo retirado cuando salió de la cárcel.
El argumento se centra en la periodista americana Nicole Rawlins (Sophie Cookson), que se desplaza a Rumanía enviada por su periódico para investigar si se dio realmente el homicidio de una joven mentalmente enferma –la monja Adelina Marinescu (Diana Vladu), de veintidós años- o si, por el contrario, se trató de un hecho sobrenatural y en la cárcel ingresó un hombre inocente. En ese sentido, la película sigue la estela de títulos como El exorcismo de Emily Rose e incluso El rito, ya que la periodista tiene problemas con la fe que heredó de sus padres.
El problema de The Crucifixion, dirigida por el francés Xavier Gens, curtido en películas de terror, es que abandona el realismo para crear unas atmósferas propias del género, que dificultan –o impiden- tomarse en serio lo que cuenta. Esos decorados de la Rumanía profunda, que recuerdan las antiguas películas de Bela Lugosi, esa estética religiosa que nos lleva al Drácula de Coppola, amén de un exceso de manifestaciones diabólicas… nos alejan de los sucesos en los que se inspira el film y nos lleva a un mundo peliculero bastante kitch, de difícil empatía.
Es una pena, pues hay algunos elementos y reflexiones interesantes desde el punto de vista teológico que naufragan en medio de tópicos ya muy manidos. La interpretación de Sophie Cookson es realmente buena y los efectos especiales, buenos. Pero el director se ha dejado de llevar del entusiasmo de sus habilidades. Una mayor contención le habría venido muy bien.