Hay jinetes de luz en la hora oscura
Juan Orellana | 21 de abril de 2017
Con este título tan provocador nos llega este biopic austriaco que rastrea los últimos años de la vida del escritor judío Stefan Zweig, uno de los más trágicos retratistas de la Europa de entreguerras, que se suicidó en 1942 en Brasil creyendo que finalmente triunfaría el nazismo. No es casual que en un momento como el que vive Europa, sumida en la perplejidad y en la confusión, con la mayor crisis de identidad vivida desde el fin de la guerra, se nos ofrezca una película que nos recuerde el sentido de una Europa unida e integradora, y la garantía de paz que ello supone. Ciertamente el film de Maria Schrader deja un poso amargo, no necesariamente escéptico, ya que el terrible final de Stefan Zweig supuso una derrota personal al sucumbir al nihilismo desesperanzado. Si el matrimonio Goebbels se suicidó por no querer vivir en un mundo sin nacionalsocialismo, el matrimonio Zweig lo hizo por lo contrario. Si los primeros estaban poseídos por una filosofía de la Historia radicalmente atea, a los judíos Zweig les faltó la esperanza de saberse salvados. A pesar de esta humana debilidad, la película es el homenaje a la estatura humana de un intelectual lúcido que entendió su trabajo como servicio a un mundo que se resquebrajaba por doquier. Su actitud de dolor ante el sufrimiento de su pueblo, su permanente agradecimiento hacia todos los que le mostraban su hospitalidad, su discreción y prudencia,… hacen de él un símbolo de lo mejor de una Europa acrisolada tras siglos de convivencia con el cristianismo. Insistimos en que no se trata de un film escéptico, y nos apoyamos en el plano final, en el que la muerte del protagonista coincide con el nacimiento del hijo de la criada negra, que reza un padrenuestro a los pies del lecho del finado. Una nueva vida comienza, y no es la de un ario, sino la del vástago de una sirvienta negra. Esta metáfora hay que entenderla en el ámbito, tantas veces expresado por Zweig en la película, del sueño de un mundo integrador de razas y religiones, sin hegemonías de raza o de poder.
La película sin duda requiere un cierto conocimiento del contexto histórico y cultural de la época y del autor, pero es de tal exquisitez en fondo y forma –atentos al final-, que provoca una inevitable toma de conciencia inquietante en el espectador. Es innegable que en algún momento puede resultar espesa, dado que la acción ocurre en el alma de los personajes, más que en las peripecias exteriores. Maria Schrader dirige con esmero y precisión casi documental a Josep Hader, que encarna al escritor con solvencia. No es creíble que el film se haya hecho para despertar el deseo de leer las obras de Zweig sobre Europa, pero desde luego lo consigue. Una película que deberían ver todos los universitarios que se precien de serlo.