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Cultura

«Serlo o no»: para acabar con la cuestión judía

Jorge Martínez Lucena | 06 de julio de 2017

Cultura

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Todo aquel que frecuenta los libros se ha preguntado, en alguna ocasión, ¿qué tienen los judíos que los hace tan visionarios en todas las épocas y disciplinas? Nombres ilustres como Hannah Arendt, Isaiah Berlin, Theodor Adorno, Paul Celan, Primo Levi, Walter Benjamin, Leo Strauss, Imre Kertész, Philip Roth o George Steiner jalonan nuestra trayectoria de aprendices de humanista.

FICHA TÉCNICA

Serlo o no

Teatro Borrás Plaça d’Urquinaona, 9 (Barcelona) Hasta el 16 de julio Precio: de 17 a 22 € Dirección: Josep Maria Flotats Reparto: Josep Maria Flotats, Arnau Puig Sitio Web
 

En Serlo o no, para acabar con la cuestión judía, del dramaturgo francés Jean-Claude Grumberg, se intenta, entre otras cosas, dar respuesta a esa pregunta recurrente y mistérica, mientras se consigue que el público pase una hora y veinte minutos deliciosos, entre carcajadas, sarcasmo y diálogos ligeros, aunque tan ácidos como el sulfúrico.

Grumberg es uno de los grandes del teatro francés. Ha ganado ocho premios Molière y un premio Cesar. Y, sin embargo, el espectador español no lo había degustado demasiado más allá de la larga gira de esta obra, que con su título parece hacerle un guiño con retranca al Hamlet de Shakespeare. La retahíla de funciones es apabullante. Flotats comenzó esta aventura en noviembre de 2015 en el Teatre Lliure, en catalán. Posteriormente, llegó a Madrid y cambió de lengua. Para volver casi dos años después a Barcelona, esta vez en castellano, en el Teatro Borrás.

#Humor irresistible e inteligentísimo.
HOY #Estreno #SerloONo #TeatreBorràs ???¡#Flotats y @Nau_Puig magistrales! ? https://t.co/BJetoIo9XC pic.twitter.com/Mc4mDhBxvQ

— Grup Balañá (@Grup_Balana) June 28, 2017

La comedia trascurre a través de una sucesión de encuentros casuales de dos vecinos en la escalera donde viven, separados todos ellos por momentos de oscuridad y ambientados cada uno con una pieza musical distinta. Por un lado, tenemos al vecino del cuarto, un judío secularizado francés amante de los quesos y de origen rumano, caracterizado por el mismísimo Josep María Flotats. Por el otro, un merluzo de origen católico y lobotomizado por su mujer, al que da vida, muy acertadamente, Arnau Puig.

Ninguna de entre las múltiples conversaciones tiene desperdicio. La ironía palpita en cada frase, devorando, como un líquido corrosivo, muchas de las verdades establecidas en nuestra cultura actual. Flotats nos brinda un papel digno de su grandeza dramática y lo elabora magistralmente, llevándolo a una plasticidad proverbial, que oscila entre las hilarantes pullas con abundante carga de profundidad -en las que incluso se percibe un cierto acento parisino- y la solemnidad emocionada del monólogo final, en que el personaje se convierte en el mismo autor del texto que reflexiona sobre su vida e intenta hacer su modesto aporte a la cuestión judía.

Frente a la inteligencia y la finesse del afilado vecino judío, que juega con las palabras creando vistosos y pirotécnicos efectos, tenemos al bobalicón del tercero, que representa al hombre medio actual y se convierte en el sparring ideal para el alter ego de Grumberg, que va a probar todo su arsenal discursivo contra la inocente y moldeable estulticia del cuarentón.

#Comedia brillante, conmovedora, con interpretaciones magistrales
ESTE MIÉRCOLES #SerloONo con #Flotats y @Nau_Puig
?https://t.co/BJetoIo9XC pic.twitter.com/5UXj8E2gtY

— Grup Balañá (@Grup_Balana) June 27, 2017

Todo empieza con una pregunta directa: “¿Es usted judío?” A partir de ese momento, las ideas empiezan a girar a una velocidad endiablada en un escenario extremadamente estático: una burda escalera de vecinos y un rellano, en el que solo hay un banco para sentarse a charlar. Todo permanece igual durante toda la función. Solo cambia la luz, que marca el momento del día en que se produce cada uno de los encuentros entre los copropietarios.

Al final de la representación, con el teatro a media entrada, los aplausos hicieron salir a saludar tres veces a los actores con una constante y enfervorecida ovación. En el patio de butacas, el clamor era doble: en primer lugar, se celebraba la magnífica actuación; y, en segundo lugar, un tácito y merecidísimo homenaje a Flotats, que ha dado tanto y tan bueno al teatro catalán y español.

Hombre sólido frente al hombre líquido

Fuera ya de la sala, me sentí contento por haber compartido un momento íntimo con un par de genios y por haber dialogado con un sabio que había sembrado en el propio cerebro numerosas sugerencias en forma de sensaciones. Es como si, a través de la exquisita levedad de los diálogos, Grumberg hubiese querido ilustrar lo dicho por el recientemente fallecido Zygmunt Bauman, otro conspicuo judío, y lo hubiese hecho por comparación: el hombre sólido, frente al hombre líquido; el judío ateo y racionalista, frente al hijo de la moda, de internet o del último ímpetu, suyo o de su mujer; el que se siente judío y no lo esconde porque cree que serlo es tener simplemente un pasado escabroso que contar y superar, frente al títere de los fanatismos religiosos o políticos de cualquier signo, siempre en busca de un ellos, de un chivo expiatorio a quien culpar y sacrificar por la propia desgracia.

Grumberg y Flotats, nacidos ambos en 1939, tienen en esta obra la caridad de recordarnos quiénes somos y de dónde venimos, a través una actividad ociosa que es un magnífico entretenimiento, pero que no decae en mero olvido o distracción, sino que deviene conexión consciente con el origen de la propia historia personal. Por eso, si van a verla, cuando Flotats se siente en las escaleras que bajan desde el escenario a la platea y ponga voz de confidencia, presten mucha atención y dejen que caiga la cuarta pared.

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