Hay jinetes de luz en la hora oscura
Ignacio Álvarez O´Dogherty | 17 de noviembre de 2016
Ya son varias las voces que desde hace tiempo hablan muy positivamente de este cineasta natural de Toronto que, después de un mostrar su personalidad como creador en distintas películas en su propia lengua, dio el salto a Hollywood con la asombrosa Prisoners (2013) y desde entonces no se ha bajado del carro. Si por algo resulta interesante Villeneuve es porque no deja de demostrar que es capaz de contar buenas historias, suscitando cuestiones de verdadero interés, y de hacerlo además con arte y buen pulso, sin que lleguen a pesar esas dos horas de cinta que ya parecen completamente normales para los espectadores.
Es un hecho que la salida hacia el espacio y el contacto con la vida más allá de la galaxia están siendo verdaderamente una de las temáticas de mayor inspiración en la industria del cine actual. Esta última contribución aportada por La Llegada es original y novedosa, aunque desde luego tiene claros precedentes tanto lejanos como recientes. Al verla resulta fácil acordarse un tanto de la psicología del drama espacial de Nolan Interstellar (2014) o del gran parecido argumental que guarda con Contact (1997) de Zemeckis.
En mi opinión, la aproximación del canadiense funciona mejor que las otras dos y llega como un soplo de aire fresco al género. Villeneuve ha sido capaz, con la colaboración encomiable de su equipo de diseño de producción, de hacer suya una historia que encuentra su paternidad en la famosa Encuentros en la tercera fase (1977) de Spielberg. La música de Johan Johansson, colabora también formidablemente a la tarea estética de acercarnos a este diálogo entre dos mundos.
Se pueden encontrar ciertos puntos en común con Sicario (2015), su brillante predecesora, pues de algún modo coinciden en la premisa de un choque o un encuentro entre civilizaciones. La historia tiene interés en este aspecto, quizás al menos desde el punto de vista cultural, pero la clave verdadera se encuentra en este caso en otra parte, no exenta de sentido de lo misterioso, como es lo relativo a la condición humana, al misterio de la vida o las relaciones familiares. No hay que dejar de destacar las referencias que buena parte de la crítica ha hecho a la influencia de Malick en este film.
La pirueta argumental en La Llegada es, desde luego, arriesgada y puede parecer que todas las cuestiones suscitadas durante la película, especialmente las más psicológicas, no pasan tan de golpe por el túnel que Villeneuve nos ha indicado como camino. Es previsible que más de un espectador pierda un poco el pie en un momento dado. Es bueno y normal.
A pesar de todo, el desconcierto no es excesivo y La Llegada proyecta una mirada sincera de confianza frente a la sospecha, de entendimiento frente a la confusión y de apertura humana hacia lo desconocido, que son los que le dan su verdadera consistencia a esta cinta.
El talento de Villeneuve es el verdadero responsable de que el resultado sea satisfactorio. No por nada ha sido el elegido para dirigir la segunda parte de Blade Runner.