Jorge Aznal | 02 de noviembre de 2018
Puede que, al ver el tráiler de Infiltrado en el KKKlan o al leer la sinopsis de su argumento -la historia real de un policía negro que se infiltró en el Ku Klux Klan en los años 70-, más de uno crea equivocadamente -aunque con toda lógica- que la nueva película de Spike Lee es una comedia más o menos gamberra. Y sí, aunque los golpes de humor sean menos de lo que parece, se trata de una comedia, pero no gamberra, sino de una comedia seria por la execrable realidad que aborda.
Pero Infiltrado en el KKKlan es, sobre todo, una más que correcta -en cuanto a lo técnico y al interés que mantiene más que en el trasfondo- comedia negra en un sentido diferente al que estamos acostumbrados: es una comedia negra porque es una más que justificada condena del racismo y de la supremacía blanca. Por ahí, perfecto. El problema es que Spike Lee lleva esa denuncia tan al extremo que, en vez de defender la igualdad, termina por defender la supremacía negra.
El cine de Spike Lee tiene la particularidad de que es, al mismo tiempo, en color, en blanco y negro -por la línea que traza entre las dos razas-… y en negro y negro. En Infiltrado en el KKKlan casi todos los personajes blancos, a excepción del policía judío interpretado por Adam Driver, están marcados por la perversidad. En cambio, es difícil encontrar algo que no sea virtud en todos los personajes negros.
Esto es una locura. Tienen que estar de coña. #InfiltradoEnElKKKlan ¡Ya en cines! pic.twitter.com/uRv2YmAp88
— Universal Pictures (@Universal_Spain) November 1, 2018
Spike Lee actúa como un árbitro que sabe que se ha equivocado en una jugada en contra de un equipo y cree que lo justo es pitar algo a su favor, algo que no ha existido en otra acción. Cuando se aplica esa ley de la compensación, en lugar de un error, se cometen dos. Y el error de Spike Lee con Infiltrado en el KKKlan -y no solo aquí- es que se le olvida que todos, blancos y negros, somos -y deberíamos ser- iguales. Las personas no somos blancas o negras. Somos, ante todo, buenas o malas. Los individuos del Ku Klux Klan que persiguen a quienes no son como ellos son malos. Malísimos. Eso es lo importante, no que sean blancos o incultos.
En Infiltrado en el KKKlan, que se deja ver con facilidad a pesar de que le sobra algo de metraje, hay un blanco -de las críticas, en este caso- al que se persigue sin descanso: Donald Trump. Seguro que a Spike Lee no le falta razón en sus críticas al presidente de Estados Unidos, pero también aquí comete un error. De hecho, más de uno, empezando por su creciente falta de sutileza.
En Infiltrado en el KKKlan, que comienza con la breve intervención de Alec Baldwin (excelente imitador de Donald Trump), se repite la frase «America First» -imagino que en la versión doblada al castellano será «América Primero»-, aunque la acción transcurra en la década de los 70, y se alerta del peligro de que un supremacista blanco se convierta en presidente de Estados Unidos. Pero lo peor es la utilización interesada de imágenes reales en un epílogo de la película que desentona con el conjunto.
Si la crítica se acompaña de elegancia, probablemente sea más efectiva. Y si no lo es, al menos habla mejor de quien la arroja. No es el caso de Spike Lee, que subraya sobre lo ya subrayado y mancha el aceptable resultado de la cinta y su preciso ejercicio técnico con su falta de sutileza. Spike Lee debería aprender del ejemplo de elegancia en la crítica a Donald Trump de Guillermo del Toro con La forma del agua. Seguro que La forma del agua y Moonlight, ganadoras del Óscar a la Mejor Película, le han quitado algo más de sueño a Donald Trump que la crítica directa de Spike Lee en Infiltrado en el KKKlan. Aunque solo hayan sido unos minutos.