Hay jinetes de luz en la hora oscura
Jorge Martínez Lucena | 15 de mayo de 2017
El Festival de Cannes siempre le ha tomado el pulso a la historia. Ya cuando se inauguró, el 1 de septiembre de 1939, tuvo que suspenderse solo un día después por el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, esta esperada cita del séptimo arte que llega a su septuagésima edición, además de tener una cierta debilidad por el cine de autor e indie, también ha sido un lugar donde se podía percibir nítidamente el Zeitgeist.
Son dos las novedades que leemos en las proyecciones anunciadas para este 2017. La primera, la inquietud política y social que muestran varias películas dentro y fuera de concurso. El dos veces ganador de la Palma de Oro Michael Haneke presenta Happy End (2017), un retrato incómodo de la vivencia de la crisis de los refugiados en Europa por parte de una familia burguesa del norte de Francia. Siguiendo esta misma línea crítica, tenemos dos documentales: la ópera prima de la octogenaria actriz británica Vanessa Redgrave, que ha rodado Sea of Sorrow (2017) como reacción a la espeluznante fotografía del niño Alan Kurdi, muerto en las costas mediterráneas; y una indagación sobre Corea del Norte, titulada Napalm (2017), realizada por el nonagenario documentalista Claude Lanzmann, autor de la inolvidable Shoah (1985).
Sin embargo, quizás la más evidente innovación del certamen de este año van a ser dos premieres televisivas: la de los dos primeros episodios de la tercera temporada (2017) de la mítica serie Twin Peaks (1990-1991), de David Lynch; y la de la segunda temporada de la mágica y fotogénica teleserie neozelandesa Top of the lake (2013-), de Jane Campion, ganadora de un Oscar por la dirección de la obsesiva El piano (1993).
La razón aducida por el director del certamen para justificar esta invasión televisiva de uno de los suelos sagrados del celuloide consiste en invertir el argumento. Como afirma Thierry Frémaux, “ambas obras reflejan la influencia del cine en la televisión”, y no al revés. En una cosa estamos de acuerdo: la osmosis entre el mundo del cine y el de la televisión es cada vez más innegable. Veamos ejemplos de ello:
Etcétera.
En suma, la promiscuidad entre ambos universos, antes raramente conectados, es hoy un dato que no se puede obviar.
Además, en lo referente a la industria, el poder económico de productoras y distribuidoras como HBO, NETFLIX, SHOWTIME, AMAZON, AMC, etc. es cada vez más notable, gracias a la implementación de nuevos modelos de visionado que permiten eliminar intermediarios y ofrecer al consumidor final suculentos catálogos televisivos y cinematográficos a un precio exiguo. Esto permite un incremento del negocio que no solo se concreta en la expansión y colateral incursión de NETFLIX o AMAZON en el cine, sino en la creciente inversión en proyectos televisivos cada vez más fastuosos, como es el caso de Juego de Tronos (2011), financiados por una vastísima base de suscriptores.
También cabe mencionar la creciente influencia que tienen los productos televisivos en nuestra cultura. Si siempre se ha creído que las películas tenían una innegable capacidad performativa, ¿qué decir entonces de The Good Wife, con 7 temporadas y 156 episodios de unos 42 minutos cada uno? ¿Qué tipo de influencia es capaz de tener un personaje como el de la protagonista, Alicia Florrick, en sus adeptos? Es difícil cuantificarla, pero, sin dudarlo, es muy superior a la que puede tener una historia de dos horas, por muy bien contada que esté.
La televisión pública danesa, por ejemplo, es muy consciente de esta incidencia cultural de las teleseries. Los contratos que allí firman los directores para rodar series como Borgen (2010-2013) los comprometen a promover valores democráticos y socialmente positivos. También lo sabe Shonda Rhymes, la fundadora de Shondaland -productora televisiva que suele ocupar el prime time de los jueves del canal ABC-, responsable de series maratonianas como Anatomía de Grey (2005-) y Scandal (2012-) o de otras más recientes como The Catch (2016-) o Cómo defender a un asesino (2014-). No es casual que todos estos dramas sean protagonizados por mujeres que coinciden en un modelo de emancipación femenina muy concreto y decantado, que se repite quirúrgica y recurrentemente.
Por eso, pese a lo que dice Thierry Frémaux de que las series en Cannes son algo así como las nuevas colonias del cine, yo me inclino a pensar que Twin Peaks y Top of the lake son caballos de Troya, porque las transformaciones tecnológicas y los nuevos modelos de negocio en la industria audiovisual hacen sospechar que estas teleseries solo están asomando la patita por debajo de puerta. Si no me equivoco, muy pronto la televisión hará surf sobre la glamurosa alfombra roja.