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Cultura

«De la ligereza»: hacia una civilización de lo ligero

Luis Núñez Ladevéze | 23 de diciembre de 2016

Cultura

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Se trata “de la ligereza”. Estamos en una sociedad que ha ido sustituyendo progresivamente lo “pesado” por lo “ligero”, la seriedad por la frivolidad, la austeridad por el consumo.

De la ligereza

De la ligereza | Gilles Lipovetsky | Barcelona | Anagrama | 2016 | 340 páginas

Taylor los llama “era secular”, Baumann “tiempos líquidos”, Vattimo “pensamiento débil”, Lipovetsky “era del vacío”. Ahora vuelve Lipovetsky para añadir otro diagnóstico sobre los nuevos tiempos que fluyen por las redes de la sociedad digitalizada. Se trata “de la ligereza”. Estamos en una sociedad que ha ido sustituyendo progresivamente lo “pesado” por lo “ligero”, la seriedad por la frivolidad, la austeridad por el consumo, la dura realidad de las relaciones físicas por la liviandad virtual de las comunicaciones.

Hay algo de oportunismo en este libro que aporta poco a la propia y previa  intuición de su autor de que pertenecemos a la “era del vacío”: no hace falta cavilar mucho para captar que nada hay más ligero que el vacío. Por tanto, el diagnóstico anterior no cambia por acentuar el predominio de lo grácil sobre lo robusto. O, como diría Nietzsche, de lo epicúreo sobre lo apolíneo. Solo que para Nietzsche eran estadios alternantes de la historia y, para Lipovestky, una tendencia continua de la civilización.

La novedad del ensayo se halla en otro lugar. En que este cifrarse en “la ligereza” de los tiempos no se orienta a señalar una diferencia entre la era posmoderna de la red y la sociedad anterior “de consumo de masas”, sino en señalar la continuidad entre ambas. En este particular, la precisión del análisis de Lipovetsky es original y puntillosa. Original, porque se separa de la actitud intelectualmente dominante de quienes se centran en amplificar signos de ruptura. Los distintos modos de razonar que separan a lo nativos de inmigrantes digitales (Prensky), por ejemplo. O los que ven en el tráfico de las redes sociales el germen de un ágora igualitaria universal que reparará el desequilibrio de desigualdades (Rifkin). O los que anticipan la sustitución de la formación de precios en el mercado por el procesamiento de los big data por el Estado (Mason). O encuentran en el intercambio de las funciones comunicativas redes de “indignación” y “esperanza” (Castells). Sin contar cuantos predican el fin de las instituciones representativas y el paso a una democracia universal y participativa.

En que este cifrarse en “la ligereza” de los tiempos no se orienta a señalar una diferencia entre la era posmoderna de la red y la sociedad anterior “de consumo de masas”

El análisis es puntilloso porque Lipovetsky despieza, como un relojero, el complejo mecanismo de esta civilización “de lo ligero” para hallar que los procesos de renovación social se caracterizan por la paulatina sustitución de lo grávido por lo lábil. Esta transformación se produce en todos los ámbitos. Se aligeran los artefactos que aseguran la reproducción material de la sociedad, los servicios de comunicación que se hacen más rápidos y eficaces, la relación personal con el propio cuerpo que es cultivado y atendido con una delicadeza sin precedentes, las relaciones sexuales que pierden en intensidad lo que ganan en fugacidad, la distinción entre lo práctico y lo estético que se hace más fluida en el arte y en la arquitectura. El pensamiento profundo se aligera desprendiéndose de la metafísica, mientras se relajan los dogmatismos religiosos y se extienden las nuevas tendencias de la moda. La ornamentación deja de ser suntuaria. Hasta la ciencia y el tráfico se deslizan hacia el aligeramiento.

El cambio iniciado por la modernidad ilustrada, secundado después por la posmodernidad, es interpretado como la progresiva sustitución de lo denso por lo evanescente. Las tradiciones se vaporizan, el Cristianismo se desliza por el plano inclinado de la indefensión pacifista, el pensamiento que ya era débil, se hace resbaladizo, el tiempo licúa las diferencias y dice adiós, por usar la expresión de Vattimo, a las verdades permanentes o, por decirlo con Lyotard, a los grandes relatos. Apresurándose a ponerse el parche antes de que algún crítico le señale la herida, el propio autor acepta que su libro es ejemplo árido de otra época que no sirve para representar los tiempos que describe o anticipa.

Pero no vivimos, según Lipovetsky, el triunfo de algo nuevo, sino el debilitamiento de la tradición ilustrada a través del éxito alcanzado de uno de sus más discutidos frutos: la “civilización consumista”

Pero no vivimos, según Lipovetsky, el triunfo de algo nuevo, sino el debilitamiento de la tradición ilustrada a través del éxito alcanzado de uno de sus más discutidos frutos: la “civilización consumista” que “aparta al hombre de su larguísimo pasado de carencia, coerción y ascetismo”, que alía la subversión “con la institucionalización, la insumisión con la consagración, el inconformismo con el éxito comercial”, “la economía capitalista de consumo”, “el triunfo de una economía de mercado que escapa en gran medida al control de los Estados”. Aquí se define la línea de continuidad de la sociedad digital con el liberalismo, pero también la de discontinuidad con el comunismo. Derribado el muro de Berlín y doblegada por el mercado de capitales la revolución cultural de Mao, incapaces ambos sistemas para soportar la carga de su propio peso se consuma el final de esa historia sin que se atisbe un nuevo comienzo. Continuidad que no perdonan y tratan de ocultar los nostálgicos del marxismo, los soñadores de utopías totalizadoras para quienes el advenimiento de la sociedad digital debería ser el indicador de que el mercado está llamado a formar parte de los grandes relatos caídos.

Lipovetsky no es un moralista ni un anti moralista, quiere ser solo descriptivo, pero no puede evitar razonamientos morales que advierten sobre el rumbo frívolo que va deslastrando la sociedad

No se sitúa más allá del bien y del mal. Lipovetsky no es un moralista ni un anti moralista, quiere ser solo descriptivo, pero no puede evitar razonamientos morales que advierten sobre el rumbo frívolo que va deslastrando la sociedad ilustrada de su fuente originaria. Un rumbo que reduce el esfuerzo al mínimo, pero obligado a mantener la presión necesaria para asegurar su supervivencia moral. Pues al igual que “toda educación basada en el principio de la ligereza conduce al fracaso”, también podría decirse que toda civilización que reduzca al mínimo el esfuerzo por sobrevivir sin compensarlo con el impulso para reproducirse está destinada a perecer a manos de competidores más fuertes. Como tantos otros preocupados por el signo de los tiempos, Lipovetsky solo tiene en cuenta lo que pasa en la civilización ilustrada y no se detiene a mirar al otro lado del horizonte occidental, allí donde una civilización retroactiva que tiene los ojos puestos en el pasado del Viejo Testamento amenaza con recuperar las fronteras perdidas recreándose en la contemplación del espectáculo de la ligereza.

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