Hay jinetes de luz en la hora oscura
Daniel Torres | 02 de agosto de 2018
No es lo mismo estar solo que ser una persona solitaria. El que está solo casi nunca quiere estarlo, mientras que el solitario decide cuándo y cómo aislarse para satisfacer una necesidad emocional o creativa.
AUTORRETRATO SIN MÍ | FERNANDO ARAMBURU | TUSQUETS EDITORES | 2018 | 192 PÁGS. | 18 € | EBOOK: 11,99 €
Podría decirse entonces que Fernando Aramburu es un solitario profesional. Aunque le gusta la vida en familia, junto a su esposa, sus dos hijas y su perro, reconoce que nada sería hoy sin esos momentos que ha dedicado a navegar por los intersticios de su soledad. Y es que únicamente allí, en el silencio de las horas matutinas, el autor de Patria consigue que las palabras adecuadas broten desde sus entrañas con todo y espinas.
Así lo ha hecho nuevamente y el resultado de esta última introspección es Autorretrato sin mí, un relato íntimo y conmovedor que a lo largo de seis capítulos breves reflexiona sobre las relaciones familiares, el amor, la pérdida, la naturaleza, el olvido y el irremediable paso del tiempo.
Autorretrato sin mí es la radiografía en clave poética de aquello que nos hace humanos. Ese es su gran mérito: hablar en plural y en singular a la vez, hacer que las experiencias personales de un solo individuo se conviertan en las de toda una colectividad por el simple hecho de coexistir.
También se esconde en lo anterior una de las claves interpretativas del título. ¿Por qué la terminación «sin mí», si se trata de un texto autobiográfico? Quizás sea porque lo que menos importa en este caso es la figura de Fernando Aramburu, sino sus alegrías, tristezas y anhelos; las emociones que plasma sobre el papel como si fuesen un lenguaje universal.
La otra clave es mucho más compleja y tiene que ver con el cuestionamiento básico de la filosofía: ¿quién soy yo? “Toda esa gente que sucesivamente me ha estado representando, que gozó y sufrió por mí, que ignoró y supo en mi nombre, consumió mis días, escribió mis defectuosos libros, ¿quién es?, ¿quién soy yo en verdad? Y si soy todos, ¿qué parte, qué apéndice o residuo de existencia le queda al pobre viejo que ya se acerca renqueando?”, se pregunta el escritor, de 59 años.
Pensamientos como este, llenos de melancolía desgarradora y matices lúgubres, aparecen con frecuencia en Autorretrato sin mí. Es verdad que el libro pretende ser una carta de agradecimiento a la vida, pero no podría lograrlo sin llevar a cuestas la sombra oscura y amarga de la muerte, ya que hay una relación sinérgica entre ambos estados. De hecho, el texto nos hace ver que toda persona experimenta diferentes tipos de muerte a lo largo de su existencia. La primera de ellas es la muerte de la infancia. Luego viene la del niño interior, la de la juventud, la de los seres queridos y, finalmente, la propia.
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Con algo de temor, el autor enfrenta su destino y confiesa que sigue “aprendiendo en soledad el arte tranquilo de morir”. Reconoce resignado que su luz se está apagando y que su cuerpo marchito se encuentra suspendido en un atardecer cada vez más opaco. “Mientras me hago tarde me va envolviendo una tristeza de despedida, más morada que azul; pero, por lo demás, no pasa nada”, escribe.
Morimos silenciosamente y es imposible prever con exactitud nuestra fecha exacta de caducidad. Aramburu presiente que su turno llegará pronto y no quiere que el último latido de su corazón le pille desprevenido. Por eso ha trazado un plan maestro que consiste en practicar todas las tardes, a la hora de la siesta, quedándose dormido en su cama de costumbre después de una taza de café y un último repaso al periódico.
Eso sí, al escritor donostiarra le gustaría cerrar sus ojos con tranquilidad y que la muerte le dé tiempo de plasmar en su rostro un gesto imborrable. Nada exagerado ni artificial, simplemente la sonrisa de un hombre solitario.