Hay jinetes de luz en la hora oscura
Javier Pérez Castells | 26 de marzo de 2017
El corazón humano es, sin duda, un órgano fascinante. Se trata de una bomba formada por células musculares que necesitan excitarse para poder, no solamente seguir el ritmo de bombeo, sino adaptarlo constantemente. Es una actividad incansable que no puede fallar nunca, no puede decaer durante toda la vida. Leí una vez que, en los mamíferos, el número total de latidos del corazón a lo largo de toda la vida es similar. Así, las especies que tienen corazones que laten con rapidez viven menos. El latido del corazón de las ratas es siete veces más rápido que el humano y su vida es de unos tres años. Los grandes mamíferos como los paquidermos tienen corazones lentos y viven hasta 80 y 100 años. Y el ser humano tendría una vida de unos 35-40 años si seguimos esta regla, pero la superamos con creces gracias a la civilización y sus cuidados.
Las especies que tienen corazones que laten con rapidez viven menos. El latido del corazón de las ratas es siete veces más rápido que el humano y su vida es de unos tres años
Hace más de 400 años, William Garvey observó que en el corazón no existe un centro donde radiquen los sentimientos y que no es más que una bomba con cuatro cámaras. Sin embargo, en nuestro lenguaje cotidiano tenemos muchas frases hechas que relacionan el corazón con el origen del espíritu. Decimos que alguien sin conciencia no tiene corazón, hablamos de seguir los designios del corazón, de dolor de corazón, de tener el corazón roto o de tener un conflicto entre el corazón y el pensamiento.
Hace tiempo leí que algunos enfermos que sufren operaciones con circulación extracorpórea, cuando son reconectados a su corazón y despiertan, sufren un episodio muy desagradable denominado delirio transitorio. Nadie sabe por qué se produce pero, a veces, da lugar a episodios de violencia que precisan que el paciente sea sujetado. Otros se desinhiben, se vuelven soeces o se intentan desnudar en público. Se ha intentado explicar cómo la posibilidad de que al reconectar los vasos del corazón se produzca la llegada al cerebro de partículas grasas de las arterias o de pequeñas burbujas que podrían proceder de la máquina de circulación extracorpórea, o bien que los procesos inflamatorios del cerebro se disparen debido al trauma de haber sido operados a pecho abierto. Quizá sea simplemente que, durante la operación, el cese del ritmo cardíaco con su suave golpeteo que nos acompaña toda nuestra vida hace que de alguna manera enloquezcamos por un tiempo.
Quizá sea simplemente que, durante la operación, el cese del ritmo cardíaco con su suave golpeteo que nos acompaña toda nuestra vida hace que de alguna manera enloquezcamos por un tiempo
Las células del corazón deben estar perfectamente coordinadas y, además, ajustar su ritmo de manera enormemente rápida a las vicisitudes que atraviesa cualquier persona en su vida cotidiana. Si no, el mero hecho de ponernos de pie podría provocar un desmayo por falta de oxígeno. No es de extrañar que el corazón contenga células excitables, llamadas cardiomiocitos, que reciben su excitación en forma de impulsos eléctricos. Además, se ha comprobado que en el corazón hay un sistema nervioso intrínseco bastante complejo, con ganglios constituidos por clústeres de neuronas que trabajan coordinadamente entre sí. Esta noticia ha derivado en un sinfín de ensoñaciones encaminadas a recuperar la vieja idea que relacionaba este órgano con los sentimientos y las emociones. Se ha llegado a decir que el corazón tiene una mente autónoma, que se relaciona de una manera más o menos estrecha con el cerebro y que la presencia de “células cerebrales” en él lo demuestra.
Sin embargo, a pesar de la perogrullada, conviene recordar que las células cerebrales solo están en el cerebro donde hay, además de neuronas, células gliales y otras cosas. Las neuronas sí se encuentran también en varias partes del cuerpo. Son células muy especializadas que utilizan los potenciales eléctricos recibidos a través de sus membranas para disparar despolarizaciones que envían una señal eléctrica a sus axones para transmitirla a otras células. Se encuentran en la médula espinal y también en el sistema nervioso periférico. Estas últimas no contribuyen a la mente ni al proceso de consciencia. Ni siquiera están involucradas en procesos subconscientes, sino que se ocupan de enviar respuestas al cerebro. Así, el sistema nervioso autónomo se ocupa de controlar las funciones básicas del cuerpo, como pueden ser los latidos del corazón. No puede sorprender, pues, que existan neuronas en el corazón para participar de esa función autónoma.
Las células del corazón deben estar perfectamente coordinadas y, además, ajustar su ritmo de manera enormemente rápida a las vicisitudes que atraviesa cualquier persona en su vida cotidiana
Un sistema de neuronas no es suficiente para crear una mente. Es necesario un entramado neuronal mucho más complejo con la especialísima organización del cerebro para que se produzcan procesos cognitivos. No hay ninguna evidencia de que el entramado de 40.000 células de tipo neuronal que tiene el corazón realice procesos de tipo “computacional”. Recordemos en este punto que en el cerebro hay 100.000.000.000 neuronas aproximadamente, para que se entienda la diferencia de dimensión. Es evidente que el corazón envía señales al cerebro, como lo hacen otras partes del cuerpo. Señales que pueden ser de dolor o de cansancio y eso afecta nuestras sensaciones y nuestras emociones.
Hay que reconocer, no obstante, que el asunto resulta muy sugerente. Viene a mi memoria una película de Clint Eastwood (Deuda de sangre, 2002) en la que es trasplantado de corazón y percibe algunas de las sensaciones y recuerdos que tenía la persona que poseía su órgano trasplantado. Es comprensible que muchos gurús de la espiritualidad se hayan aferrado a la noticia para dar soporte a sus creencias de tipo místico. Pero la belleza de nuestro cuerpo no necesita exageraciones ni distorsiones. Tan solo estudiando una pequeña parte del mismo, nuestro corazón, nos maravillamos de su fascinante construcción y funcionamiento.