Hay jinetes de luz en la hora oscura
Javier Pérez Castells | 10 de julio de 2017
La ingeniería genética consiste en modificar organismos vivos mediante biotecnología. Se trata de alterar el genoma de una especie, borrando, desactivando o introduciendo genes. El resultado es un organismo modificado que, en el caso de contener genes procedentes de otras especies, se denomina transgénico. Mucho antes de que existiera la genética como disciplina, ya se hacía ingeniería genética aun sin saberlo, mediante cambios alimenticios, injertos y cruces de razas. Se crearon así nuevas plantas y animales para mejor servir al hombre. La mayoría de las razas actuales de perro tienen como origen una evolución dirigida a base de cruces orientados a resaltar características específicas. Casi ningún perro actual podría sobrevivir en un medio natural sin ayuda del hombre. También se han logrado toros de especial bravura, caballos de carreras y muchos híbridos. En el mundo vegetal, desde que hay noticias, se han mezclado variedades de cultivos para mayor rendimiento y creación de nuevas hortalizas o se han cruzado plantas para obtener flores más bellas y de novedoso colorido. Ahora que entendemos mucho más los mecanismos con los que funciona la biología podemos hacer lo mismo de una manera más precisa, dirigida y controlada. Muchos grupos de investigación y pequeñas empresas hacen combinaciones de genes y producen organismos híbridos para ver si se les puede sacar provecho. La capacidad actual de manipular la vida ha crecido exponencialmente y es el fruto muchos años de investigación básica. Han aparecido nuevas disciplinas, como la ingeniería metabólica, la biotecnología y la biología sintética, esta última ocupada del diseño y síntesis total en el laboratorio de organismos vivos.
Los avances científicos están normalmente acompañados de serios debates sobre la seguridad y la ética asociada a ellos y la comunidad científica ya ha aplicado, en ocasiones, acuerdos de moratoria en el trabajo sobre asuntos sensibles. En 1974, algunos científicos americanos pidieron una moratoria sobre la investigación en ADN y la comunidad científica se obligó a ella voluntariamente. Un año después, científicos, políticos, juristas y periodistas de todo el mundo se reunieron en el Asilomar Conference Center, en California, para debatir cuestiones de seguridad. Las deliberaciones llevaron a elaboración de guías para asegurar la seguridad y control de las investigaciones y ello supuso la creación del comité sobre la técnica del ADN recombinante. Actualmente, este comité es una pieza clave en la investigación en ingeniería genética y se ha considerado un precedente muy interesante de cara a los nuevos retos que presenta la biología sintética.
Sorprenden las reticencias que, después de tantos años, aún se observan en lo que se refiere al uso de los transgénicos. La forma tradicional de modificar las especies era a ciegas, tenía riesgo de producir seres quizá peligrosos, y, sin embargo, no suscitaba ningún problema ético a nadie. La manipulación de genes en el laboratorio que se lleva a cabo con un conocimiento más directo de lo que está haciendo, utilizando maquinaria, instrumentación, etcétera, sí que plantea, sin embargo, problemas a mucha gente.
Las modificaciones genéticas se llevan a cabo mediante la tecnología del ADN recombinante. Consiste en eliminar un tramo del ADN de un cromosoma mediante una proteína que tiene la capacidad de cortar el ADN por un sitio específico. Después se empalma un trozo de ADN procedente de otro organismo mediante una ligasa, que es una enzima que se ocupa de recomponer el ADN. El resultado es un gen modificado, con lo cual la nueva célula puede ser capaz de hacer cosas no naturales.
La historia comenzó en 1972, cuando el bioquímico de la Universidad de Stanford, Paul Berg, creó las primeras moléculas de ADN recombinante y empalmó ADN de un virus bacteriano en el ADN de un virus de mono. Dos años después, se creó el primer mamífero transgénico mediante la introducción de ADN extraño en embriones de ratón. Hoy en día, los ratones transgénicos son un elemento básico de la investigación biomédica. Se utilizan para regular la expresión de genes individuales con el fin de entender cómo interactúan con el medio y, a su vez, afectan a la salud humana. El uso de ratones transgénicos también permite a los investigadores aumentar o disminuir la expresión de determinadas proteínas y comprender mejor sus funciones.
A finales de la década de los setenta, se creó el primer producto comercial de ingeniería genética: la insulina producida utilizando la tecnología del ADN recombinante. Tras su entrada al mercado, la aceptación pública de esta nueva tecnología creció y disminuyeron los temores. A principios de los ochenta, se desarrolló la técnica PCR (polymerase chain reaction) o reacción en cadena de la polimerasa. El método permite amplificar y realizar cambios sencillos en piezas de ADN, funcionando como una fotocopiadora molecular. Ya en los noventa se puso en marcha la secuenciación automática del ADN. Después, llegaron los esfuerzos de secuenciación a gran escala, principalmente el Proyecto Genoma Humano.
Entre los resultados de estos hitos, podemos mencionar la creación de organismos de tipo quimera, en los que se mezclan genes de dos especies produciendo plantas luminiscentes, bacterias que se encienden y se apagan y demás criaturas extrañas que han despertado cierto temor y recelo. Un caso llamativo fue el del conejo Alba, de aspecto y comportamiento normal a la luz del día, pero luminiscente en la oscuridad bajo luz ultravioleta.
Para el ciudadano medio son los alimentos transgénicos los que más se han introducido en su vida cotidiana y más debate y recelo han despertado. Hace pocos días, el premio Nobel de Química de 2006, Roger G. Kornberg, defendió los alimentos transgénicos. Kornberg pidió que se acabara con la desinformación y el mito de que son peligrosos. Es lo contrario porque crean comida segura. Puso como ejemplo el cultivo de apio transgénico resistente a las plagas. Se evita con él el uso de pesticidas cancerígenos. En efecto, muchos cultivos transgénicos evitan el uso de productos nocivos para la salud y el medio ambiente, aumentan la productividad y abaratan costes. A cambio, nadie ha demostrado ningún efecto negativo para la salud humana ni interacciones potencialmente indeseables con otras especies vivas.
Con la capacidad de realizar desde pequeñas perturbaciones hasta el total diseño y síntesis ex novo de seres vivos, la humanidad será capaz de dar solución a grandes problemas como la cura de muchas enfermedades, la producción de biocombustibles o la mejora en el rendimiento de los cultivos. Será, pues, clave para hacer sostenible un planeta con enormes necesidades energéticas para una numerosa población con niveles y esperanza de vida crecientes. Sin perjuicio de la exigencia de control, reflexión y revisión, los avances que vienen son positivos y el ciudadano medio debe confiar en la seguridad y sensatez de lo que se hace sin hacer caso de agoreros ni de campañas de desinformación.