Hay jinetes de luz en la hora oscura
Javier Pérez Castells | 20 de septiembre de 2017
En estos tiempos de terrorismo yihadista, preocupados por la posibilidad de nuevos ataques realizados en el nombre de Dios, nos preguntamos acerca de la relación entre religiosidad y crimen. Algunos sectores de la opinión pública tienden a culpabilizar a todas las religiones y sentimientos religiosos, considerando que empujan a algunas personas a ser intolerantes y a llevar al extremo de la violencia su radicalidad.
Pero, ¿qué dicen los estudios sociológicos acerca de la relación entre el crimen, ya sea grave o no, con las creencias de las personas que los cometen?
Lo cierto es que no es fácil encontrar estudios hechos a gran escala y hay algunos resultados algo contradictorios, pero resumiremos lo más significativo.
Los primeros trabajos datan de los años sesenta y no encontraron efectos derivados de las creencias religiosas sobre la delincuencia. Investigaciones posteriores han revelado, generalmente, una relación inversa entre religiosidad y varias formas de delincuencia. Aunque algunos investigadores han encontrado que la influencia de la religión no es concluyente, la mayoría sí considera que hay efectos variables según el tipo de crimen, el contexto social y la edad, pero siempre en la línea de reducir el crimen entre las personas religiosas. Entre los jóvenes, el efecto favorable del sentimiento religioso sobre la criminalidad parece más acusado. Existe un meta-análisis, es decir, una combinación de resultados de diferentes estudios científicos, que fue publicado en 2001, y en el cual se encontró un efecto muy claro, aunque moderado, de los sentimientos religiosos sobre el comportamiento criminal, que se vería reducido.
Los sesenta estudios analizados mostraban, sin excepción, una correlación más o menos acusada, pero siempre inversa, entre religiosidad y crimen, de forma que las personas religiosas eran menos proclives a la comisión de faltas y delitos. Con todo, la jungla de datos no es perfectamente clara. Los autores concluían que, si el individuo declaraba que sus sentimientos religiosos eran muy importantes en su vida y era asiduo practicante de los ritos de su iglesia, la correlación reductora sobre la criminalidad era acusada. En el resto de grupos en los que la adscripción religiosa era más difusa, los datos son menos concluyentes. Curiosamente, los autores observaron una mayor influencia positiva de la religiosidad personal en los crímenes menores, sin víctimas, que en los más graves. Queda mucho trabajo sociológico que hacer en este tema, pues la mayoría de los estudios realizados hasta la fecha no han logrado una elaboración suficiente que defina el hecho religioso y lo han contrastado con una variedad de acciones que van desde pequeñas faltas o comportamientos poco éticos hasta los crímenes más graves.
Nos ha llamado la atención, no obstante, un trabajo reciente publicado en la revista Nature Human Behavior que se ha centrado en un aspecto lateral de este tema. Se ha estudiado la opinión de la población general sobre la influencia de la religiosidad en el crimen. Y la conclusión aquí ha resultado más clara. La gente piensa que las personas religiosas tienen menos tendencia a cometer crímenes. El estudio se hizo con más de 3.000 personas de 13 países, algunos muy religiosos. El cuestionario fue desarrollado en la Universidad de Kentucky y entre las múltiples preguntas hechas a los participantes se incluía una en la que se preguntaba sobre la posible identidad del asesino de varias personas sin hogar. Los participantes se dividieron en dos grupos. El primero respondía a la pregunta sobre los asesinatos en serie eligiendo entre dos opciones: a) el asesino es maestro; b) el asesino es maestro y no creen en ningún dios. El segundo grupo respondía a la misma pregunta eligiendo entre: a) el asesino es maestro o b) el asesino es maestro y cree en alguna religión. El resultado fue que, en el primer grupo, el 60% de las personas señalaron al maestro ateo, mientras que solamente el 30% de las personas del segundo grupo señalaron al maestro creyente. Los participantes que se definían como no creyentes mostraron algo menos de sesgo y los participantes procedentes de países muy religiosos resultaron algo más sesgados, pero el resultado era muy equilibrado entre todas las filiaciones religiosas y procedencias de los participantes.
Además del tamaño de la muestra y la amplitud geográfica de la misma, el trabajo ha sido bien considerado por el método utilizado. El cuestionario contenía numerosas preguntas encaminadas a ocultar el verdadero objeto del estudio, logrando una mayor espontaneidad en la respuesta. Los autores creen que disponen de un buen método para evaluar sesgos de todo tipo en el futuro. Por otro lado, el trabajo esconde cierta intencionalidad crítica hacia el hecho religioso como fuente de un prejuicio moral global hacia los ateos. Los datos no parecen avalar la crítica, dado lo parecido que es el sesgo entre los propios ateos y los datos que ofrecen los estudios resumidos más arriba.