Hay jinetes de luz en la hora oscura
Javier Pérez Castells | 30 de enero de 2018
La nieve ha sembrado el caos en las carreteras. Un elemento básico contra las heladas es la sal, pero su uso esconde graves problemas en los lugares donde se utiliza. Un recurso que se debe manejar con prudencia, mientras la ciencia trabaja en nuevas soluciones.
Los cambios climáticos que estamos padeciendo a veces tienen efectos paradójicos. A pesar del calentamiento conjunto del planeta, del que recientemente hemos visto nuevos datos muy inquietantes, suceden algunos episodios de enfriamiento y nevadas importantes en zonas no habituales. Es fácil encontrar personas que se refieren, hilarantes, al calentamiento global, mientras observan una nevada en las playas mediterráneas, como la que cayó en febrero de 2017. Pero no se engañen, son manifestaciones de lo mismo, un clima que anda un poco enloquecido muy probablemente por acción directa del hombre. La vida actual no está preparada para salirse de la milimétrica normalidad y cualquier evento de este tipo en zonas densamente pobladas suele conducir al caos: gente atrapada en las carreteras y en los aeropuertos, pérdida de jornadas laborales, cierre de centros de enseñanza… y todo por un meteoro bien conocido y especialmente bello como es la nieve.
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— Dir. Gral. Tráfico (@DGTes) 7 de enero de 2018
Ante situaciones así, se hacen necesarios eficientes métodos para eliminar la nieve de las carreteras, pistas de aviación y demás. Es conocido que las sustancias impuras funden a temperaturas más bajas que las puras, porque las impurezas impiden que las moléculas se ordenen para formar el estado sólido. Por eso, cuando añadimos sal al agua cuesta más que se forme el hielo y la temperatura de fusión desciende. Es complicado ver el mar congelado, aunque llega a hacerlo por debajo de los 20 grados bajo cero.
Así pues, una sustancia barata y fácil de distribuir que se combine y disuelva con facilidad en agua evitará que se forme hielo y que la nieve permanezca en su estado sólido a temperaturas mucho más bajas. Tradicionalmente, para esta función se ha utilizado la sal, que se puede esparcir después de la caída de la nieve o, mejor aún, antes. En efecto, lo más eficiente es rociar las carreteras con una disolución saturada de sal en agua (salmuera), que con menor cantidad impedirá que se forme hielo o que cuaje la nieve. El 98% del tratamiento de las carreteras europeas frente a la nieve se ha hecho en los últimos años con cloruro sódico (sal común). Si se requiere hacer descender la temperatura de fusión por debajo de -7 oC, se añade también cloruro cálcico, seis veces más caro. Esta sal y otras, como el cloruro de magnesio o el cloruro potásico, realizan la misma función que el cloruro sódico, pero al disolverse en agua mediante un proceso que es exotérmico tienen un poder de fusión del hielo mucho más grande, lo que las hace más eficientes.
💬 «Hay que pedir perdón a los afectados por el temporal y para quienes no fueron suficientes las medidas puestas en marcha»
👉1.365 máquinas quitanieves
👉240.000 toneladas de sal
👉46.000 kilómetros tratados
👉25.000 km limpiados de nieve
👉Avisos informativos
🎥 @BarrachinaM pic.twitter.com/EwgwYiElBq— GrupoPopularCongreso (@GPPopular) 24 de enero de 2018
De forma experimental, se han empezado a utilizar otros compuestos, como alcoholes, propilenglicol, acetatos de calcio o de magnesio y, el más prometedor, la urea. Como con estos productos los costes son muy superiores, se piensa en ellos para su uso en aeropuertos. También se han probado mezclas de disoluciones salinas junto a residuos agrícolas ricos en carbohidratos, que consiguen bajar las temperaturas de fusión del agua incluso hasta -34° C. Con esta última idea se daría salida a los abundantes restos inservibles de, por ejemplo, la producción de azúcar a partir de la remolacha. La combinación de la sal con materiales inertes es otra alternativa que permite mejorar la tracción utilizando menos sal. Se han ensayado mezclas conteniendo arena, escombros triturados, escoria triturada, cenizas de madera o serrín.
El motivo de todas estas investigaciones encaminadas a sustituir o disminuir el uso de sal, no es que falte sal o que sea cara, es que la sal no es inocua y ocasiona importantes problemas en los lugares donde debe utilizarse con frecuencia. Por un lado, el efecto que produce sobre la calzada y los vehículos ayudando a la degradación de la primera y haciendo que sea necesaria la repavimentación de la misma al cabo de menos tiempo y acelerando la corrosión, en el caso de los segundos. Por otro lado, está el impacto medioambiental. Al final, el agua salada terminará en el suelo circundante y, posteriormente, en los ríos y arroyos de la zona. Baste ver la escasez de vegetación que se observa en las cunetas y aledaños de las carreteras con más innivación. En España, el gasto anual de sal es de 400.000 toneladas (es un sector potente, la sal se produce en nuestro país y se exporta cerca del 90% de la producción, con una facturación de unos 200 millones de euros y 2.000 empleos directos) y en Suiza se calcula que cada año se depositan de media 600 gramos de sal por cada metro cuadrado de carretera. La sal es biocida, donde hay mucha sal no puede crecer nada. Las especies de agua dulce son incapaces de sobrevivir en agua salada. Pero, sin llegar a matarlas, pequeñas cantidades de sal afectan a los huevos y larvas de muchas especies.
Se han empezado a construir algunas carreteras que incluyen dentro de su asfalto cloruro cálcico que, poco a poco, se va extruyendo a la superficie de la carretera, lo que evita la formación de hielo y que la nieve cuaje, y todo ello sin necesidad de que nadie acuda a esparcir nada. De momento, todas las alternativas son mucho más caras y el uso de sal seguirá siendo mayoritario en el inmediato futuro, pero es claro que es un recurso a manejar con mesura.