Hay jinetes de luz en la hora oscura
Javier Pérez Castells | 10 de diciembre de 2018
El avance de la neurociencia permite saber algo más acerca de los mecanismos cerebrales que gobiernan el bienestar, la recompensa y, por tanto, que influyen en nuestra felicidad. Aunque la investigación está destinada a combatir patologías como la depresión y el estrés, se podría aplicar a personas sanas que quisieran aumentar su sensación de bienestar y ser más felices. Un error muy común es intentar engañar al cerebro recreando artificialmente los eventos neuronales y bioquímicos que se observan en personas optimistas, felices y alegres.
Es sabido que existen unas cuantas hormonas y también neurotransmisores involucrados en estos asuntos. Destaca la dopamina, hormona de la recompensa, cuyas acciones químicas se pueden intentar reproducir utilizando anfetaminas o cocaína. Estas drogas de abuso dan sentimientos de euforia, optimismo y energía. También hay neuropéptidos, como las endorfinas, que son analgésicos naturales y pueden ser imitados por la heroína y el alcohol. Hay más biomoléculas involucradas, como la serotonina, un neurotransmisor que tiene que ver con el sistema parasimpático y ayuda a relajarse y evitar la ansiedad. Con fármacos como el Prozac se consigue mantener elevada la concentración de este neurotrasmisor en el cerebro.
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Podría pensarse, a simple vista, que alcanzar una felicidad artificial a través de la química no sería complejo, aunque quizá un poco costoso económicamente y en buena medida ilegal. Pero engañar al cerebro no es fácil. El problema es que los neurotransmisores y hormonas naturales interaccionan con diversos receptores y la sensación de felicidad es mucho más compleja que el resultado de una sola señal fisiológica. La toma de sustancias que artificialmente influyen en los centros de la recompensa y el placer produce una sensación breve que finalmente nos devuelve a una realidad que nos resulta todavía más dura. Además, al ser entidades distintas, tenemos los conocidos efectos secundarios. La cocaína, por ejemplo, influye en la obesidad. Y, por supuesto la capacidad adictiva de muchas de estas sustancias, que acaban esclavizando al sujeto. Estamos ante atajos que no sirven, son inútiles y contraproducentes. ¿Qué podríamos hacer?
Habría que detectar en nuestra forma de vida las cosas que nos hacen segregar estos compuestos químicos naturales que producen bienestar y felicidad. Es sabido que las endorfinas se segregan después de realizar ejercicio físico. Es la causa del bienestar que percibimos después de dar un largo paseo o de correr un poco. Los hábitos de vida saludables, como un control del sueño y el descanso, derivan en un mayor estímulo para la segregación de la prolactina. Es esta una hormona que no solamente sirve para la producción de leche materna, sino para muchas otras cosas, como la regulación del sistema inmune y la estimulación de la conectividad neural y la cognición.
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Sin embargo, cada persona tiene sus distintos niveles de biomoléculas activas en asuntos del placer y la recompensa. Y se activan ante situaciones que pueden ser diferentes para cada cual. Así pues, debemos detectar las cosas que nos hacen sentir bien, que casi siempre van a tener que ver con hábitos saludables, ejercicio, y sobre todo una estimulante actividad social. No hay nada como mantener un tejido de relaciones personales basadas en el cariño y la confianza para reducir el estrés y activar los circuitos de recompensa.
Un reciente estudio revelaba una relación neural entre la generosidad y la felicidad. Las acciones de generosidad, como la donación económica, la donación de sangre, actividades de ayuda social, etc. activan la zona de unión temporo-parietal del cerebro, como se pudo observar utilizando resonancia magnética funcional. Esta activación, a su vez, modula la actividad del cuerpo estriado, y hay una relación clara entre la sensación de felicidad y la actividad de esta última zona cerebral. Además, la mayor sensación de felicidad, a su vez, provoca más tendencia a la generosidad. Esto constituye pues, un círculo virtuoso que fácilmente ayuda en la segregación de hormonas relacionadas con el bienestar y la recompensa. Este es el camino. Sin duda, más largo y que requiere más esfuerzo, pero es el que verdaderamente nos conduce no solamente a nuestra felicidad, sino a un mejor estado de salud, pues ambas cosas están íntimamente relacionadas y se retroalimentan mutuamente. Sin olvidar los beneficios que aportamos a las personas que nos rodean.