Hay jinetes de luz en la hora oscura
Javier Pérez Castells | 20 de diciembre de 2017
La médula ósea es un material esponjoso que se encuentra en el interior de los huesos más grandes de nuestro cuerpo, en especial en la pelvis. Se encarga de fabricar más de doscientos mil millones de nuevas células sanguíneas cada día, incluyendo los glóbulos rojos, los blancos y las plaquetas. Este proceso de fabricación es el que no funciona correctamente en personas que padecen distintos tipos de cáncer, en especial los cánceres hematológicos.
Trasplantar este fluido o tejido desde una persona sana a un enfermo de cáncer que padezca, por ejemplo, leucemia, es una de las mejores opciones para su curación. Realmente, lo que se necesita trasplantar son las células madre que se encuentran en este tejido intraóseo. Estas células trasplantadas sustituyen a las enfermas y comienzan a producir células sanguíneas logrando en muchos casos la curación del cáncer.
Hay varios tipos de trasplantes: el autólogo es el que trasplanta células madre del propio paciente que le han sido retiradas antes de iniciar un tratamiento agresivo contra el tumor. Han sido conservadas en frío durante ese tiempo y luego le son trasplantadas de nuevo para que recupere sus funciones. Más frecuente es el trasplante alogénico, procedente de un donante, pero en este caso se necesita que el donante sea compatible y aquí es donde comienzan algunos problemas. La compatibilidad se establece utilizando el antígeno del leucocito humano: los HLA. Estos antígenos son proteínas específicas situadas en la superficie de las células leucocitarias y otras. Prácticamente cada persona tiene un tipo único, aunque se pueden encontrar personas con tipos muy similares y, por tanto, compatibles. Recordemos que hablamos de estos antígenos cuando describimos el tratamiento que utilizan los CAR-T. Es difícil encontrar personas compatibles y es un asunto esencial porque trasplantar células de alguien que no es perfectamente compatible puede producir efectos secundarios gravísimos. Las células inmunes del tejido trasplantado pueden reconocer el cuerpo receptor como patógeno y pueden atacarlo. Además, los porcentajes de supervivencia después del trasplante se ven algo incrementados con donantes más compatibles (mayor número de marcadores idénticos).
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Solamente el 30% de la gente que necesita un trasplante encuentra un donante compatible en su entorno familiar. De ahí la necesidad del donante anónimo. Si tenemos en cuenta que muchos de los tumores que precisan trasplante de médula son frecuentes en niños pequeños, todos estos datos nos deben empujar a pensar seriamente que inscribirse como donante es más que un acto de civismo. Es un imperativo moral que debería empujarnos a todos. Yo fui negligente e indeciso y para cuando contacté con mi comunidad autónoma ya era demasiado viejo. Aunque la web dice que se puede donar hasta los 55 años, la calidad de la sangre baja con la edad y, en la práctica y gracias a la buena cobertura de voluntarios, no suelen aceptar donantes a partir de edades mucho más tempranas.
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Debemos perder completamente el miedo. Lejos quedan ya los tiempos en los que el donante era asaeteado con una aguja de un tamaño descomunal para que pudiera penetrar en el interior de su pelvis. Se tenían que realizar hasta 200 pinchazos para ir extrayendo pequeñas cantidades de médula. Era necesaria la anestesia total para evitar lo que de otra forma sería un trance muy doloroso. Actualmente, pocas veces se utiliza la extracción de la pelvis que, caso de ser es necesaria, puede hacerse por métodos menos invasivos mediante un pinchazo de la parte trasera del hueso de la cadera. Más del 90% de las donaciones se realizan por un proceso que se llama citoaféresis. La médula ósea va dejando escapar células madre que salen al torrente sanguíneo y circulan por nuestro cuerpo. La idea es, pues, recoger esas células madre de la circulación sanguínea periférica del donante mediante un filtrado de su sangre. Una vez determinado que un donante es compatible, el proceso comienza con la estimulación de la producción de glóbulos blancos, de la que se encarga una hormona llamada factor estimulante de colonias de granulocitos. El donante recibe durante los cinco días previos a la donación una inyección diaria de esta hormona. Tras este periodo preparatorio, llegamos al día de la donación. Se le coloca una aguja en cada brazo al donante. Por una de ellas saldrá la sangre, que pasará por una máquina que recogerá las células madre. Se trata de un proceso de centrifugado y selección de las células madre objetivo que son separadas. La sangre regresa al cuerpo a través de la segunda aguja. El proceso dura aproximadamente tres horas y puede repetirse en un segundo día de donación. Como puede verse, es como una larga donación de sangre, si bien con algún efecto secundario posible, como dolores de cabeza o dolor de huesos, aparte de la incomodidad de las agujas durante el proceso.
Muy pocas incomodidades para lograr un bien tan grande. Y la experiencia de saber que alguien vive gracias a nuestra generosidad puede ser insuperable. Es muy recomendable visitar la web de la Fundación Josep Carreras, cualquier reticencia que quede desaparecerá. En ella hay vídeos que pueden completar la información y guiar en el proceso de donación. ¡No hay que dejarlo para mañana!
Formulario para la donación de médula