Hay jinetes de luz en la hora oscura
Javier Pérez Castells | 09 de abril de 2018
Como la evolución darwiniana se basa en claros elementos de aleatoriedad y selección ciega, para muchos el cuadro que pinta sobre la Creación es complejo de cara a aceptar la omnipotencia de Dios. Además, está la gran cantidad de fallos, errores y suerte que influyen en el desarrollo de la vida. Estos elementos parecen ser incompatibles con un plan divino. Muchos científicos y pensadores ateos han señalado que el evolucionismo de Darwin produce tres ideas muy peligrosas para la teología: la primera, el problema de la selección natural, que destruye al débil y al menos adaptado en un proceso en apariencia cruel y violento. La segunda, la visión de que la vida es un continuo desde la aparición del primer organismo vivo, el LUCA o Last Universal Common Ancestor; finalmente, para Stephen Jay Gould, el mensaje filosófico más devastador para la teología que subyace en la evolución es que esta no parece tener dirección, al estar gobernada por factores aleatorios. Me propongo responder a estos tres desafíos en otros tres artículos que seguirán a este, que servirá de introducción. Me basaré en el pensamiento del teólogo jesuita John Haught, catedrático de la Universidad de Georgetown. Ante los desafíos del evolucionismo, la teología ha adoptado clásicamente tres posturas, que paso a resumir a continuación:
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Posición que lleva a la curiosa coincidencia entre algunos creyentes y los materialistas. Afirma que la teoría de Darwin es irreconciliable con la teología. Los opositores creyentes se han apuntado al creacionismo y a su versión más moderna, el diseño inteligente. Muchos teólogos e incluso algunos científicos creyentes han buscado críticas hacia la teoría de Darwin diciendo que está incompleta y que hay cosas que no puede explicar. Ejemplo típico de esto es la aparición de determinadas estructuras complejas que no tienen sentido ni utilidad si están hechas a medias. Esto les pasa a los ojos o la propia célula. Un ejemplo de esta forma de encarar el debate es el del bioquímico Michael Behe. En mi opinión, son tozudos intentos de mantener la idea de un Dios tapa-agujeros. Un Dios que se busca solamente para explicar lo que la ciencia todavía no es capaz de explicar. Estas opiniones están condenadas al fracaso porque la ciencia al final acaba encontrando explicaciones para sus agujeros, contribuyendo con esta dinámica a la idea de arrinconamiento de la opción teísta en función del avance de la ciencia. El problema es que parte de la teología tradicional está obsesionada por el orden y eso es muy difícil de compatibilizar con la evolución. Los obsesos del orden y del diseño tienen paradójicamente muchos puntos en común con los materialistas como el filósofo Daniel Dennett o el biólogo Richard Dawkins. Tienden a quitarle a la vida su parte más salvaje, impredecible y creativa. Sus posturas están, además, muy sesgadas por los grilletes del concepto del tiempo. Una imagen de Dios fuera del parámetro temporal les ayudaría mucho a superar el concepto del diseño.
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Consiste en considerar que teología y evolución son dos planos de verdad distintos, no se tocan para nada y no tienen que preocuparse la una de la otra. La opción separatista viene a decir que cualquier intento de definir el mundo como carente de creador no puede considerarse científica y está en un plano de verdad que excede a los límites de la ciencia y, por tanto, cualquier cosa que salga de la ciencia no puede molestar ni perturbar al teólogo. La ciencia debe ser considerada como cultura, pero no necesariamente es necesaria en la formación religiosa. Las ideas de separación entre ciencia y evolucionismo solucionan algunos problemas. Dejan fuera tanto a los creacionistas y a los del diseño inteligente como a los materialistas que pretenden que el evolucionismo de Darwin está plagado de metafísica que es necesario asumir. Sin embargo, las explicaciones que dan a los eventos característicos de la evolución son un poco decepcionantes. Los “separatistas” explican la aleatoriedad y el accidente evolutivos con argumentos como decir que la mentalidad de Dios es diferente y no la comprendemos bien. Y en cuanto al sufrimiento en el mundo, se ha dicho que se debe a la necesidad de formar y endurecer las almas. El mundo tiene que ser un entorno donde el tropiezo y el sufrimiento sean posibles para lograr crecer. Son explicaciones que personalmente se me antojan pobres y poco ambiciosas.
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El teólogo John Haught propone una teología evolutiva, una teología que, además, dé respuesta a los que dicen que la ciencia ya ha demostrado que Dios es imposible. La teología no puede permanecer indolente ante una interpretación así de la biología darwiniana. La idea de Darwin no es un peligro para la religión, sino todo lo contrario, un gran regalo para la teología. Una rama tradicional de la teología siempre ha intentado encontrar a Dios en la naturaleza. ¿Cómo no va a estar afectada esa teología natural después de las ideas de Darwin? Esta teología natural daba lugar a argumentos como el del reloj y el relojero. Si me encuentro un reloj, tendrá que existir un relojero, porque es un mecanismo complejo que no hay más que verlo para darse cuenta de que tiene un propósito. Sin embargo, después de la evolución hay un camino de aparición de la vida que más o menos va estando trazado y explica que, con la cantidad de tiempo que ha pasado desde la aparición del primer organismo vivo hasta ahora y con los mecanismos de selección natural y de mutación, es posible que la vida haya surgido sin la intervención de elementos sobrenaturales a lo largo de la historia.
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¿Por qué no una teología evolutiva que además esté encuadrada dentro de una evolución más general, la evolución del universo completo que, comenzando con una primera evolución física, pasando después por una evolución química en la que se seleccionaron los materiales que después formaron parte de la vida, continúe después de la aparición del primer ancestro vivo con la evolución de tipo darwiniana?
Esta mirada sobre la Creación nos enfrenta a un universo novedoso, perturbador y lleno de drama, palabra clave en la teología de John F. Haught. Nos puede llevar a enriquecer nuestra visión del Gran Misterio. Muchos científicos, por supuesto, no compartirían esta visión, porque para ellos la Creación está llena de contingencia, gran desperdicio de recursos, muerte, dolor y horror. Si ello fuera obra de Dios, para muchos se trataría de un Dios descuidado, indiferente o, peor aún, malvado, con lo cual no sería el tipo de Dios al que nadie quisiera rezar.
Se puede dar respuesta a los desafíos del evolucionismo desde una perspectiva cristiana. Como siempre, concluiremos que nunca la ciencia debe ser considerada como un peligro para la fe, ni percibida con miedo por el creyente. Antes, al contrario, recordemos la famosa cita de Heisenberg: “El primer sorbo de la copa de las ciencias naturales te volverá ateo, pero en el fondo del vaso, Dios te está esperando”.