Hay jinetes de luz en la hora oscura
Javier Pérez Castells | 02 de marzo de 2017
En un futuro muy próximo no se aprenderá a conducir, quizá los hoteles pasen a ser una forma residual de alojamiento, es posible que ya no existan los grandes almacenes como los conocemos ahora ni la publicidad indiscriminada. Quizá haya ordenadores que creen sinfonías maravillosas. Caminaremos con un dispositivo que controlará nuestro estado físico al detalle, anticipando posibles enfermedades y recomendándonos actividades, alimentos, etc. Quizá la gente prefiera elegir pareja con ayuda de un ordenador y los emparejamientos por conocimiento casual sean minoría. No habrá sucursales bancarias ni dinero en efectivo. Hasta es posible que desaparezca el médico de cabecera y sea nuestro móvil el que nos pida pruebas diagnósticas cuando le indiquemos los síntomas y que nos prescriba tratamientos ante las dolencias más leves. Como indica Ignacio Hernández Medrano, neurólogo del hospital Ramón y Cajal, se trata de un salto no lineal sino exponencial en las tecnologías digitales, ante lo cual no debemos presentar resistencia, sino que es perentorio subirse a la ola para que no nos barra como un maremoto. Como cualquier gran revolución en la historia de la humanidad, habrá quien se quede en el camino, habrá muchos damnificados, pero la humanidad globalmente se beneficiara y seguirá un nuevo rumbo.
Se trata de un salto no lineal sino exponencial en las tecnologías digitales, ante lo cual no debemos presentar resistencia, sino que es perentorio subirse a la ola para que no nos barra como un maremoto
La certeza de que todo eso va a suceder no se debe a la aparición de nuevas ideas, estas estaban ya en la cabeza de los científicos y en los objetivos de las grandes compañías digitales desde hace años, sino al desarrollo de herramientas y de capacidad suficiente de los sistemas. ¿Qué hace falta para desarrollar todo lo indicado más arriba? La respuesta es: datos, muchos datos y sistemas capaces de almacenarlos y de trabajar con ellos. Los ordenadores no son capaces de pensar, no establecen procesos deductivos ni saben de geografía, marketing, música, banca o medicina. Pero, si se les alimenta con un número grande de datos referidos a una actividad concreta, por ejemplo, si les introducimos toda la música jamás compuesta y, además, algunos datos referentes a la emoción que dicha música produce en los seres humanos, los ordenadores pueden establecer relaciones. Y, a partir de ellas, podrían a hacer combinaciones de notas para crear melodías. Pensemos en el campo de la salud. Si un médico pudiera comparar una resonancia de cabeza con la totalidad de las resonancias de cabeza que se hayan realizado en todo el mundo, el diagnostico sería más acertado. Eso lo puede hacer un sistema de datos y proponer un diagnóstico.
Si un médico pudiera comparar una resonancia de cabeza con la totalidad de las resonancias de cabeza que se hayan realizado en todo el mundo, el diagnostico sería más acertado
Estamos hablando de lo que se conoce como big data o datos masivos. Es un concepto que trata del almacenamiento de un número enorme de datos, ya sean estructurados, como los numéricos, o no estructurados, como pueden ser documentos pdf o correos electrónicos. El almacenamiento por sí solo sirve de poco, aunque precise de un espacio gigantesco. Lo esencial es el desarrollo de los procedimientos para encontrar patrones repetitivos dentro de esos datos. El tratamiento de estas enormes cantidades de datos (por ejemplo, todos los correos electrónicos que han circulado hoy en el mundo), ha dado pie a la creación de algunas expresiones nuevas, como la denominada minería de datos. Consiste en extraer de ellos información para la creación de informes estadísticos y modelos predictivos. En el caso de los correos, puede servir para evitar ataques terroristas (alertando a las agencias de seguridad ante determinadas palabras clave). Pero la información masiva se usa en muchas materias, como los análisis de negocio, publicitarios, los datos de enfermedades infecciosas o el seguimiento de la evolución de la población.
El tratamiento de estas enormes cantidades de datos ha dado pie a la creación de algunas expresiones nuevas, como la denominada minería de datos
El cofundador de Intel, Gordon Moore, enunció en 1965 su conocida ley que postulaba que, aproximadamente cada dos años, se duplicaría el número de transistores en los microprocesadores. Se trataba de una ley empírica, formulada en tiempos anteriores a los microchips, pero cuyo cumplimiento se ha podido constatar hasta hoy, aunque con ciertas correcciones. En 2007 el propio Moore determinó una fecha de caducidad para su ley, que fijó en 10 o 15 años. Sería la tan ansiada (por muchos) estabilización del mundo informático. Una consecuencia directa de la ley de Moore es que los precios de los equipos bajan al mismo tiempo y en la misma proporción que el aumento de la capacidad. Leyes exponenciales como la de Moore se pueden aplicar al número de datos existentes en internet, al tráfico de datos, número de dispositivos conectados etc. y, en algunos casos, la potencia multiplicadora sería superior.
Sumar y sumar datos, ¿es que acaso ello supone un cambio cualitativo? En efecto. No hay mejor símil que el de la vida. La diferencia entre el mono y el hombre no está fundamentalmente en el genoma, que es muy parecido, ni en el volumen o peso del encéfalo. Es la información, establecida en forma de conexiones, sinapsis neuronales, la que se multiplica en el caso del hombre. Y ese número exponencialmente mayor de vías de información hace que se produzca el inmenso salto cualitativo.
Una consecuencia directa de la ley de Moore es que los precios de los equipos bajan al mismo tiempo y en la misma proporción que el aumento de la capacidad
Casi todas las aplicaciones de las tecnologías digitales basadas en big data suponen un cambio drástico en la forma de cubrir algunas de nuestras necesidades más básicas. Pueden suponer la disminución y desaparición de muchas profesiones (y la aparición de otras, fíjense en la cantidad de másteres en big data, cursos de minería de datos y en los estudios de las profesiones con más futuro que hacen muchas agencias). Implican la posibilidad de que algunos países queden muy relegados si no se suben a este tren. Por el contrario, para muchas personas permitirá un acceso barato y de calidad a servicios otrora reservados a los ricos. Resolverá una enorme cantidad de problemas (puede que reduzca el coste del desarrollo de fármacos, del diagnóstico, lo que aliviaría los agobiados sistemas de salud públicos), mejorará el tráfico y hará más eficiente el consumo de energía. Será más barato viajar, comunicarse, comprar… Pero creará un montón de problemas nuevos, tales como el estrés que implicará que todos tengamos que aprender el manejo de toda esta tecnología nueva, además de los problemas éticos que quizá se planteen sin mucho tiempo para evaluarlos con profundidad.
A los que vamos estando ya bastante rodados, algunos de los cambios que vienen puede que nos den pereza o directamente no nos gusten. Pero no hay ninguna opción. Negarse a entrar por este camino se parece a las resistencias que siempre se han visto ante los grandes avances, como sucedió con la aparición de los ordenadores, de los móviles o de la fotografía digital. Cuanto antes nos preparemos, individual y colectivamente como país, mejor será nuestro futuro.