Hay jinetes de luz en la hora oscura
José Luis Velayos | 19 de abril de 2018
El cerebro de una mujer encinta crea un vínculo extraordinario con el hijo que espera. Cambios físicos y neuronales en la madre y en el niño concebido que se ven gravemente alterados ante la amenaza del aborto intencionado.
El embarazo, llamado por muchos “estado de buena esperanza”, es una situación biológica-fisiológica normal. No es patológico, no es una enfermedad. No es algo de lo que hay que compadecer a la madre. Además, el cuidado de una mujer embarazada no es el mismo que el de una mujer enferma.
Desde la unión del espermatozoide y el óvulo existe una vida humana. Ese ser que se aloja en el útero de la embarazada no es una parte del organismo de la madre, aunque dependa de ella (el adulto también es dependiente: del aire que respira, del alimento, del ambiente social, etc.), sino que se trata de una vida personal.
No es una cosa, no es objeto de posesión. Es una vida humana, individual, con plenos derechos a ser respetada. El cuerpo embrionario y el cuerpo fetal son distintos que el cuerpo materno. Durante el desarrollo se va conformando el organismo y, en consecuencia, el sistema nervioso central (distinto que el de la madre), de modo que, en virtud de la acción de los cromosomas sexuales XY o XX, tal cerebro es desde el principio masculino o femenino. Y, desde épocas muy tempranas, las hormonas moldean de forma muy potente la configuración del cerebro con similitudes, pero con diferencias de un sexo y de otro. No se puede hablar de un “cerebro unisex”.
El embarazo da lugar a cambios en el organismo materno, tendentes a la protección de la vida humana que este alberga. Y en el cerebro de la madre se producen modificaciones al respecto: estructuras como el hipotálamo, la amígdala cerebral, la ínsula, la corteza prefrontal, cambian en cuanto a su fisiología y, por tanto, en cuanto a su bioquímica y conectividad. Las regiones del cerebro relacionadas con la sensibilidad y, en especial, el olfato y el oído, que se agudizan en las embarazadas, presentan cambios notables. Las áreas sensoriales táctiles están más “sensibles”; un ejemplo es el de la lactancia (la estimulación del pezón favorece la formación de sustancias opiáceas en el cuerpo materno), durante la cual el área cerebral que registra las sensaciones táctiles está más activa. Se produce al mismo tiempo una “revolución hormonal” de gran envergadura, monitorizada por el hipotálamo.
Incluso si hay una adopción, las estructuras cerebrales de la madre adoptiva se van moldeando de modo que haya una buena acogida del hijo. Son modificaciones de otro carácter, pero constatadas.
También se dan cambios en el cerebro del padre, pero no tan prominentes como en el de la madre. Son cambios más bien relacionados con la nueva situación, que da lugar a las correspondientes manifestaciones comportamentales ligadas a la paternidad. La repercusión es también cerebral.
En el aborto se producen modificaciones cerebrales bioquímicas y morfológicas, que patentizan la situación. El estrés altera la fisiología y la morfología más íntima cerebral. Y precisamente el aborto supone un gran estrés para el organismo; se provocan modificaciones en las estructuras mencionadas (hipotálamo, corteza prefrontal, amígdala cerebral, ínsula, etc.). A la vez, hay un corte radical de las funciones cerebrales que más se desarrollan durante la gestación. Se interrumpe drásticamente el proceso en virtud del cual el organismo de la mujer se va preparando de forma progresiva para sus funciones maternales.
Se trata de un corte abrupto de la vinculación existente entre la mujer y el hijo concebido, aunque aún no haya nacido.
Uno de los vínculos biológicos entre madre e hijo es el referente a la circulación de células embrionarias/fetales en la sangre de la mujer gestante. Son células que pasan del hijo a la madre, y que finalmente se alojan en la médula ósea de la mujer y son en un número relacionado con la cuantía de embarazos habidos, hayan llegado o no a término.
El aborto provocado supone la eliminación violenta de una vida humana. Según los estudiosos del tema, las alteraciones que se producen en el organismo son más intensas que si el aborto ha sido espontáneo, involuntario. A nivel cerebral, los cambios son también violentos, de tal modo que el cerebro ha de reorganizar de repente sus funciones, su bioquímica.
Y en el organismo de la mujer que ha tenido un aborto siguen presentes células procedentes de ese hijo en concreto. Se quiera o no, permanece este especial vínculo biológico madre-hijo. Por eso, aborto y maternidad son biológicamente contrapuestos, contradictorios.
Moralmente, el aborto es un pecado muy grave, contra el Quinto Mandamiento de la Ley de Dios. Probablemente algunos no saben que está penado por la Iglesia Católica con la excomunión (Código de Derecho Canónico, canon 1378).
“¡Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente!”, decía san Juan Pablo II, en su visita a España en noviembre de 1982.