Ricardo Franco
Director de la Editorial Nuevo Inicio
Escribir es el intento de poseer y de retener un poco de ese trocito de belleza revelada en el instante, casi divino, en el que el asombro vence por fin a la distracción.
Soy tan misterioso para mí mismo, corazón; estás tan profundo, corazón; tan escondido, que necesito a alguien de quien fiarme, que no sea yo, ni seas tú, lector desconocido.
Somos nosotros esos hombres adultos e insatisfechos, intentando recordar el camino de vuelta al paraíso perdido de la niñez para, al final, terminar encerrados en una burbuja unipersonal e insonorizada.
De pararse alguna vez, el hombre adulto se vería sofocado por un silencio extraño, insípido, mudo, al percibir el inmediato fin de lo que ama, de todo en lo que cree y en lo que empeña sus fuerzas.
De vez en cuando, levanto la vista y veo el gran desierto que se abre ante mis ojos. También yo, como vosotros, sufro este encerramiento para el que nadie estaba preparado.
Nuestro hombre adulto y modelo de ciudadano cabal carga con el peso insoportable de una herencia que, a su vez, transmite a sus hijos, condenándolos al mortal aburrimiento de una existencia entregada al trabajo y a los ensueños gastronómicos de fin de semana.
Muchas noches me desvelo. Me desvela la dichosa belleza, que desboca historias y versos, los recuerdos de antaño, ya sin su aguijón certero.
Todo está cerrado y apagado, como una ciudad fantasma, porque hay un virus muy contagioso que ha atravesado las fronteras de China para encerrarnos en una cuarentena cuasi medieval.