Ricardo Calleja
La maternidad numerosa -para el ethos que va consolidándose en nuestra sociedad a golpe de decreto y con la corriente de la liquidez posmoderna empujando- es un capricho.
Ser padre o madre es una respuesta, que solo puede ser libre y compartida con otro/a, a una llamada originaria. Y que transforma toda la existencia. Pero es la única respuesta coherente al don de la vida que hemos recibido.
Hemos de considerar que si «los otros» han «ganado la batalla cultural» es precisamente porque han elegido el campo de batalla, el escenario que conviene al despliegue avasallador del expresivismo individualista.
El único fundamento para una alegría que resista a la tragedia es un amor más fuerte que la muerte. Vale la pena vivir, y por tanto sufrir, incluso ese padecer supremo del fallecimiento de un padre.
Aunque ahora es necesario concentrarse en evitar los “males comunes”, y “aplanar la curva” parece una necesidad, no podemos dilatar la necesaria reflexión y deliberación sobre quién queremos ser.
Los financieros tienen una mutación genética por la que no saben decir basta: jamás se sienten satisfechos con lo que tienen, siempre quieren más.
El pensamiento conservador se enfrenta a la pregunta de si es posible vencer en una guerra cultural frente a un progresismo que parece inundar todo.
Frente a la instrumentalización de la Navidad, esta fiesta no puede ser invocada de modo inmediato como legitimadora de una agenda de reformas sociales.